Preg cortas: La reestructuración del PSOE en los 70

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hipatia
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Preg cortas: La reestructuración del PSOE en los 70

Mensaje por hipatia »

En los años 70, los socialistas, reducidos a un puñado de exiliados y un puñado de jóvenes en el interior no hacía tanto tiempo, se convirtieron en
punto de coincidencia de sectores muy diversos, pero que estaban destinados a desempeñar un papel de primera importancia en la España del futuro. Para ello lo
primero imprescindible era que la dirección tradicional del partido fuera sustituida por otra más adaptada a la realidad de la España de la década de los sesenta: en la segunda
mitad de ésta el dirigente del partido era un octogenario que llevaba casi una treintena de años al frente del mismo.

Caracterizaron a Rodolfo Llopis durante su largo período de dirección del socialismo español una fuerte prevención contra la espontaneidad del
interior y una voluntad de guardar las esencias del partido, lo que acabó por perjudicar posibilidades de desarrollo futuro. Sin embargo, no deben escatimársele méritos en lo
que respecta al mantenimiento de una alternativa democrática y en su presencia internacional (que para los dirigentes del régimen resultaba más irritante que la
actividad de los militantes del interior).

En realidad, en el interior de España el socialismo había seguido un rumbo que poco tenía que ver con los deseos y la estrategia de Rodolfo Llopis. En 1967 celebró su
Congreso el Moviment Socialista de Catalunya, cuyas principales figuras aparecieron entonces con una decidida pretensión de autonomía con respecto a la dirección del exterior. Al año siguiente fue fundado el Partido Socialista del Interior, que no era otra cosa que la nueva denominación del grupo de seguidores de Tierno Galván, quien en 1965 había militado en el PSOE, pero, porque fuera demasiado indisciplinado o porque causara un problema de liderazgo a Llopis, fue prontamente expulsado. El PSI fue casi exclusivamente un partido de profesores universitarios dirigido por la personalidad de Tierno.

Respecto del PSOE exiliado tenía dos novedades importantes, que conectaban mejor con la evolución de la España de la época: la desaparición del anticomunismo y un cierto tono libertario.
Aunque el PSI logró algunos apoyos exteriores, no habría de ser, sin embargo, el verdadero renovador del PSOE. Tampoco fue obra de un sector muy representativo del
ambiente de finales de los sesenta, el catolicismo progresista que representó la USO.

Este mundo se identificó en ocasiones con el pasado del anarcosindicalismo y reivindicó la independencia entre sindicato y partido, pero una parte de él llegó a formar
Reconstrucción Socialista y, más adelante, la Federación de Partidos Socialistas, pero carecía del prestigio de unas siglas históricas. En realidad, la misión de renovar el PSOE
correspondió a tres grupos de jóvenes dirigentes del mismo, de procedencias geográficas distintas y de militancia, en algunos casos, relativamente reciente: Múgica y
Redondo eran los principales animadores del socialismo vasco, Castellanos representaba al de Madrid y Alfonso Guerra y Felipe González, los más recientes en la militancia socialista, dirigían la organización sevillana, procediendo el último de los sectores que en la capital andaluza seguían las inspiraciones de la democracia cristiana.

Los pasos gracias a los cuales se llegó a la victoria de los renovadores del socialismo español fueron lentos y estuvieron sometidos a dura controversia hasta el
desenlace definitivo. Sólo en 1967 la dirección socialista contó con una representación importante del interior (siete personas); dos años después por vez primera apareció en
las reuniones de la dirección en el exterior Felipe González. En 1970 Llopis admitió ya una cierta división de las responsabilidades: él se responsabilizaba de la representación
internacional del partido, mientras que en España el predominio le correspondía a quienes allí estaban. En 1971 la UGT pasó a ser dirigida por una especie de comité
mixto entre el interior y el exterior, con predominio del primero, en que ya Nicolás Redondo fue la figura más destacada. Pero el momento decisivo se produjo en 1973,
cuando, tras una serie de escaramuzas previas, los renovadores del interior se impusieron a Llopis, que no aceptó el resultado del Congreso, celebrado en Francia. En
realidad, la victoria sobre Llopis fue más obra de los dirigentes vascos y madrileños que de los sevillanos, pero éstos iban a predominar inevitablemente porque contaban con un
Felipe González cuya condición de líder ya se adivinaba. Con el paso del tiempo habría de convertirse, en palabras de Haro Tecglen, en "el primer rostro del antifranquismo".
No obstante, la victoria de los renovadores no fue definitiva hasta comienzos de 1974, pues al menos un tercio de los afiliados del exterior y una décima parte de los del
interior de España siguieron a Llopis, quien mantenía sólidos apoyos en los medios socialistas internacionales y, además, contó en esta ocasión con el apoyo temporal de
Tierno. Sin embargo, la imposibilidad de llegar a un acuerdo entre ambos y la mayor confianza de la Internacional Socialista en los jóvenes dirigentes del partido hizo que
finalmente la tendencia renovadora obtuviera la victoria. Con ello, sin embargo, no desaparecieron las dificultades internas. A lo largo de 1973, por ejemplo, Guerra y
González dimitieron en la dirección del partido; eran ellos los que mantenían una postura más radical que se oponía a que accedieran a la dirección del partido los sectores de la Democracia Cristiana que por entonces lo hicieron.

El definitivo triunfo de la tendencia renovadora, consolidación del anterior, tuvo lugar en el otoño de 1974, con ocasión de un Congreso celebrado en Suresnes, cerca de
París. La limitada fuerza del socialismo, cuando apenas faltaba un año para la muerte de Franco, se aprecia con simples datos estadísticos: el PSOE tenía unos 2.500 militantes
en el interior (una quinta parte de ellos en Guipúzcoa) y 1.000 en el exterior. La dirección elegida supuso la victoria definitiva de Felipe González (que ocultaba su
nombre bajo el seudónimo de "Isidoro"), pero tan sólo la logró gracias a exponer el informe político y, sobre todo, a la voluntaria marginación de Nicolás Redondo. Las
decisiones del Congreso, al margen de la elección de los dirigentes, se caracterizaron por un manifiesto tono radical que repudiaba el capitalismo y los llamados "bloques
militares", incluido el occidental. No obstante, se había situado en unas buenas condiciones para tener un futuro prometedor en términos electorales. En primer lugar
tenía a su favor la continuidad simbólica con el pasado de la izquierda y representaba bien un radicalismo que le permitió conectar con una parte importante de la sociedad
española, especialmente la más joven, pero que resultó momentáneo, pues ya entonces se adivinaban también en él elementos de una actitud pragmática. Podía, pues, hacer una
"transición", paralela a la que en España tendría lugar con la democracia. Era, además, un grupo político cuyo interclasismo podía resultar atractivo para buena parte de la
sociedad española: una elevada parte de su dirección estaba formada por universitarios (en la propia UGT un tercio de los militantes eran profesionales). En definitiva,
Suresnes no fue un golpe de Estado, sino la culminación de un proceso; supuso, en parte, una renovación generacional e ideológica, pero sobre todo dejó al PSOE en una
situación que habría de revelarse óptima a medio plazo para que obtuviera la hegemonía sobre la izquierda española. La renovación del partido se había producido justo en el
momento en que habría de proporcionar mejores resultados a sus dirigentes.

A partir de este momento el PSOE así renovado pudo ir convirtiéndose en una especie de polo de atracción de sectores muy diversos que habían adoptado el adjetivo
"socialista" sin tener tras de sí el prestigio de las siglas históricas. Pronto hubo incorporaciones procedentes del antiguo FLP o de Reconstrucción Socialista; además, la
celebración de una Conferencia Socialista Ibérica, aunque de momento no concluyó en un resultado unitario, permitió establecer los primeros contactos entre los partidos de
esta denominación, muchos de los cuales acabaron luego ingresando en el PSOE. Éste, a la altura de la muerte de Franco, era todavía un partido con grandes carencias, pero
también con indudables posibilidades. No tenía una organización suficiente, pero ya en 1974 Felipe González se instaló en Madrid y empezó a montarla; buena parte de los
dirigentes futuros del partido ingresaron en este momento. Carecía de un movimiento sindical fuerte, a diferencia de lo habitual entre los partidos socialistas de Europa del
norte, pero el apoyo exterior nunca le faltó, y aunque, por ejemplo, en Madrid y Sevilla era mucho más un partido de estudiantes y jóvenes profesionales que de obreros,
consiguió finalmente desarrollar UGT gracias, en gran medida, a militantes procedentes del sindicato USO.


Bibliografía: TUSELL, J: Historia de España, siglo XX.

Pienso que hablar de la Plataforma y de la Junta y de los partidos que se aglutinan en torno a ambas , en un caso tras el PCE y en el otro tras el PSOE , ya no pinta, pero por si acaso, dejo un apéndice, por si os apetece:

En el verano de 1974 se presentó en París la Junta Democrática, que, animada por el PCE, atrajo a individualidades
situadas más a la derecha y relacionadas más o menos estrechamente con Don Juan de Borbón (García Trevijano, Calvo Serer, etc.). Luego hubo grupos políticos que se
fueron sumando a ella, como, por ejemplo, el Partido Socialista Popular de Tierno Galván o, durante algún tiempo, el partido carlista. En realidad, era patente que ingresar
en esta organización no era otra cosa que tomar posición ante el inmediato futuro; por eso puede decirse que lo importante de esta agrupación no fue el hecho de su existencia
o de sus colaboraciones, sino la dinámica inmediata que creó.
Si la Junta Democrática estuvo animada por el PCE, el PSOE, con la colaboración de la Democracia Cristiana, creó la Plataforma de Convergencia
Democrática, mucho más plural (incluso hasta el abigarramiento), a través de la cual se criticó a la Junta desde una óptica a menudo izquierdista. La Plataforma, a diferencia de
la Junta, pareció optar por el federalismo como forma de organización territorial de España. En el fondo, sin embargo, hubo siempre una identidad de fondo en la
expectativa de un sistema democrático a la muerte de Franco. Sería exagerado decir que la oposición organizada de esta manera jugó un papel absolutamente decisivo en la
transición que se iniciaría inmediatamente después, pero sin ella no puede entenderse ésta en absoluto.
"Las fronteras no se ven. Sólo los hombres las crean." (La gran ilusión, J.Renoir, 1937)
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