¡¡ FELIZ CUMPLEAÑOS!! ¡¡VIVA LA CONSTITUCIÓN- CÁDIZ 1812 !!

[rociodecai]

Por y para los que lucharon, murieron y se fueron en nombre de la libertad y la democracia de España”










Todos estos anacronismos no deben alejarnos de una visión de la Constitución de Cádiz como un texto enormemente liberal para principios del siglo XIX. ¿Qué opinarán los españoles del año 2178 de la Constitución de 1978?

Ná, ni se nota que han pasado sólo dos siglos de ná.......¡ A ver si nos apretamos los machos y que se note de una vez que, desde entonces, hemos avanzado, que lees una y lees otra y parecen la misma, y lo peor es que no sólo se queda en lo protocolario!¡Y la primera fue en 1812!........

[rociodecai]

Cádiz sitiada, España devastada
Lunes, 19 de marzo del 2012
JORDI CATALÀ Y ERNEST ALÓS

Las Cortes Generales iniciaron su andadura en la isla de León (actual San Fernando) pero, ante el avance de las tropas francesas, se refugiaron en la seguridad de una Cádiz protegida por su insularidad, por las marismas, por los baluartes de sus imponentes murallas, por la armada británica fondeada en la bahía y por la carencia de naves francesas. Si una ciudad de España reunía todas las condiciones para ser la cuna de la primera constitución liberal esa era precisamente la progresista, la burguesa y al tiempo revolucionaria Cádiz.
La capital andaluza contaba en 1810 entre 78.000 y 100.000 habitantes (la Nueva York de entonces, 150.000), de los que cerca de 3.000 eran residentes extranjeros (ingleses y alemanes), más un importante aluvión de refugiados debido a la guerra. Cádiz había experimentado un desarrollo demográfico mercantil y urbano sin precedentes a partir del 1717, cuando recibió de los Borbones el monopolio del comercio americano, cuando Sevilla dejó de ser Casa de Contratación y esta se trasladó a la bahía gaditana.

Una CIUDAD MODERNA La actividad mercantil propició la construcción del puerto, ciclópeas murallas, calles rectilíneas como Ancha, Columela o San Francisco, en un entramado urbano de cuadrícula que recuerda al de La Habana, capital pareja en desarrollo y paisajes ciudadanos; amplias plazas como la de San Antonio, La Mina o La Candelaria, avanzados y ajardinados paseos populares como La Apodaca, equipamientos urbanos y sanitarios para una ciudad limpia y moderna que ayudaron a superar en 1755 el azote de tres devastadores tsunamis, con olas de 15 metros, causados por el terremoto de Lisboa, de magnitud 8 en la escala de Richter.

Cádiz mantuvo su febril actividad incluso después de perder su monopolio americano, y sus 160 torres-miradores en los palacios de enriquecidos mercaderes siguieron siendo utilizados para organizar las actividades mercantiles a la distancia, además de para avisar a la población de las bombas napoleónicas.

La ciudad cosmopolita y moderna tuvo su ateneo literario, científico y artístico, la Casa de la Camorra, que alojó a los diputados liberales y progresistas de ambos lados del Atlántico y les ofreció cálida acogida en sus múltiples cafés como en la tertulia del Apolo, en San Antonio (las Cortes Chicas) que tenían fama de decidir lo que se iba a votar en San Felipe Neri, o los cafés y fondas de la calle de San Francisco en donde, se dice, se inventó la tortilla llamada francesa al desaparecer las patatas y cebollas a causa del bloqueo.

Fueron famosos también los múltiples cenáculos de opinión dirigidos por damas intelectuales de la aristocracia liberal como Francisca Larrea, futura madre de Fernán Caballero. Pero el pueblo se reunía en cualquier espacio abierto como El Mentidero o El Palillero para comentar los últimos ataques gabachos o todo lo que se había hablado en las Cortes, pues sus sesiones eran públicas y en ellas estaban acreditados periodistas de las 20 cabeceras de Cádiz, mientras compraban números de la recién nacida Lotería Nacional, aquí, en mayo de 1812, para pagar los gastos de la defensa.

El día grande de la Pepa, sin embargo, fue el 19 de marzo de 1812, san José. Todo Cádiz desfiló siguiendo un itinerario cívico con tres solemnes paradas para leer al pueblo la Constitución, en voz alta, vitoreada por toda la Tacita de Plata mientras la ciudad entera prometía defenderla siempre. Y así fue.

¿Y en el resto de España? «Aunque no sabemos fijamente lo que pasa en Cádiz, tampoco los que llevan el timón del Gobierno saben lo que pasa en las provincias», se lamentaba en esas fechas el vicario de Ciudad Real Ortega y Caneda, en una carta recogida por Ronald Fraser en su libro La maldita guerra de España. Si desde Cádiz unos legislaban al margen de la realidad de gran parte de la España ocupada, otros sabían de las Cortes solo el rumor de unos cuantos debates. Alguno, como el de la supresión de la Inquisición, ponía fuera de sí al clero y la nobleza rural que estaban tras la resistencia contra franceses y afrancesados.

UN PAÍS EN GUERRA Tras la caída de Valencia en enero, la Constitución se aprobó justo cuando los franceses lograban, a lo largo del primer semestre de 1812, la ocupación casi total. Sin embargo, su control del territorio era incompleto. Golpes guerrilleros constantes, incursiones inglesas en las costas, ejércitos regulares españoles aún en pie incluso en Catalunya, recién incorporada al imperio francés en forma de tres departamentos, Bouches-de-l'Èbre, Montserrat, Sègre y Ter... Y Wellington en Portugal, preparado para cruzar la frontera. Tras vencer en Ciudad Rodrigo, Badajoz y Arapiles, entraría en agosto en Madrid, al tiempo que se levantaba el sitio de Cádiz. Sin embargo, se retiró hasta el año siguiente. En su vejez, Alcalá Galiano recordaba así esos meses: «En toda mi vida no he presenciado mayor alegría pública que la de Cádiz durante la primavera y el verano de 1812». En el resto del país, convertido en un campo de batalla, la situación era muy diferente.

La mala cosecha de trigo de 1811 y las requisas constantes del Ejército francés desataron una hambruna generalizada, que, por ejemplo, se llevó por delante al 2% de la población andaluza. En Aragón se llegó a comer pan de bellota y en Madrid tenían más salvado que harina. Ni siquiera la reinstauración por el rey José I de los bailes de carnaval, prohibidos desde hacía cuatro décadas, frenaban el descontento popular. «Las enfermedades continúan haciendo estragos, los hospitales están llenos de enfermos y el pueblo exasperado por el hambre y la miseria que reinan», informaba al rey la policía secreta de Madrid. En sus memorias, Mesonero Romanos recordaba así esos meses siniestros: «En el corto trayecto de unos 300 pasos que mediaban entre mi casa y la escuela de primeras letras conté un día hasta siete personas entre cadáveres y moribundos».


Los meses en los que la Constitución nació en Cádiz inspiraron a Goya gran parte de los grabados de los Desastres de la guerra. Luces y sombras.

Compañeras/os, gracias por vuestra permisividad. Aquí es donde buenamente lo puedo poner.
Saludos
Rocío