No sólo caudillos. Iberoamérica después de la Independencia.

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No sólo caudillos. Iberoamérica después de la Independencia.

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Como dije alguna vez, de mayor quiero ser como Manuel Lucena.

Espero que os guste.


No sólo caudillos. Iberoamérica después de la Independencia.

Por Manuel Lucena Giraldo

Ciclo de Conferencias Las Américas

Fundación Juan March, 2008


Poco antes de morir en 1830 en Santa Marta,  Simón Bolívar proclamó "quien sirve a  una revolución ara en el mar". Tan destacado protagonista de las independencias también señaló: "hemos ganado la libertad a costa de todo lo demás".  Como recogieron estas palabras, la organización de un orden civil y democrático estable tras las independencias sería una difícil tarea en la Hispanoamérica emancipada a causa de la alargada sombra de los caudillos y las tentaciones del poder personal. Sin embargo, como mostraremos en esta intervención, la pujanza de los experimentos democráticos  fue la norma y no la excepción, de modo que las ideas contemporáneas de libertad encontraron en ella adecuada expresión, justo cuando los Estados Unidos, divididos por el problema de la esclavitud, se encaminaban hacia la terrible guerra de secesión.

INTRODUCCIÓN

Quisiera proponerles en primer lugar una incursión, arriesgada desde el punto de vista de las ideas preconcebidas, a lo que fue el antiguo mundo de la América Española después de 1824-25, y también a incursionar, cuando se acerca el segundo centenario de las independencias, en algunos nuevos planteamientos historiográficos y en algunas ideas que está aportando una serie de jóvenes sociólogos, historiadores, politólogos, investigadores, nos van a ir ofreciendo a la hora de configurar el “programa” de estas celebraciones y conmemoraciones bicentenarias.

En una de su muy incendiarias cartas, Cartas de un Americano a un Español, (1811) el llamado “fraile pelirrojo", el mexicano fray Servando Teresa de Mier señaló

Siendo iguales en derechos a los españoles, intentamos establecer Juntas y Congresos, desde el momento en que nuestros reyes de España y de Indias cedieron a Napoleón. Vosotros españoles peninsulares, habéis despojado de la soberanía a vuestro rey, y así se ha roto el lazo que unía a las Américas y constituido a esta en pueblo soberano

La explicación, evidentemente interesada, de fray Servando Teresa de Mier en torno al comienzo del proceso de emancipación americano, alude así a la pérdida de la legitimidad central de la Monarquía Española, alrededor de la figura de la fidelidad al rey, y planeta así y a partir de ese momento el proceso de recuperación de los derechos y libertades de los españoles americanos, concluida con los eventos de los que hablamos ya en la Emancipación. Estas imágenes del retorno del ejército de Bolívar victorioso desde Boyacá en 1819, en la Nueva Granada, actual Colombia, evoca muy bien ese momento final en el que hay que empezar a pensar qué hacer una vez que la independencia se ha conseguido. Pero nsirve sólo el truco de observar esta imagen e un ejército de vencedores que atraviesa el campo de batalla una batalla; las cuestiones históricas son mucho más complejas y el sentido de apelar a la historia como disciplina del pasado y como forma de ver la vida humanista tiene que ver con aportar complejidad a los problemas del pasado y por supuesto a los del presente. No podemos por tanto desde un punto de vista del análisis historiográfico, olvidar dos cuestiones más, que evidentemente no están recogidas en la bella imagen del ejército ganador tras la batalla:

- La primera tiene que ver con el debate constitucional, con cual era el cemento ideológico que unía esa Monarquía Española que entre 1808 y 1825 cambió de manera radical dando lugar a una metrópoli europea, España y a 22 repúblicas con el tiempo en América.

- El otro problema tiene que ver con cómo se produjo ese proceso de ruptura desde México hacia abajo y su comparación con otros procesos similares en el continente, señaladamente con la América británica. Como mientras en el caso de EEUU es una ruptura imperial, una explosión por la periferia, el caso español es muy singular, pues es un proceso de implosión imperial, una ruptura del centro hacia la periferia

- Otro elemento es el de la extrema complejidad de las sociedades americanas. Un muy importante historiador norteamericano, gran amante de España, Richard Morse, señaló que en ese proceso de alumbramiento de las repúblicas había una enorme dificultad, que era convertir una sociedad pluralista, regida por un sistema de jurisdicciones especiales para cada grupo, muy jerárquica y paternalista, en otra distinta, en una nación de ciudadanos iguales ante la ley. Este problema ha sido encarado, como he señalado, en la historiografía y esperemos que cara a los años venideros algunas de estas nuevas ideas contribuyan a superar viejos prejuicios,

LAS COMPARACIONES ENTRE LAS DOS AMÉRICAS

Esa nueva historiografía intenta definir un programa en torno a esa nueva coyuntura bicentenaria y en torno también a un programa de comparación entre lo que sucedió en las Américas del Norte y Sur y por supuesto también con lo que sucedía en la propia España, tal y como Felipe Fernández–Armesto lo ha planteado. Porque lo que es obvio en términos de balance histórico, de imagen historiográfica y también de imagen popular, lamentablemente, es que en la comparación salimos perdiendo. Si nos vamos a esta imagen e comparación de la Jura de Fernando VII en Onda, Colombia en 1808, es una buena ocasión de ver ese transformo barroco y neoclásico, complejo de las sociedades americanas en el momento de la independencia, si comparamos escenarios e imágenes desde luego que salimos perdiendo. Si la Revolución Francesa ya fue capaz en su tiempo de construir una historiografía sobre una mitología republicana (p.e. La Marsellesa), en 1989 Francia conmemoró, con los aires de la grandeza mitterrandista su segundo bicentenario como nación en una forma de civilismo y republicanismo convencidos. El otro caso de éxito fue el de la Revolución de Independencia Norteamericana que evoca dos siglos después la rememoración de un éxito histórico del destino manifiesto y providencial de una nación llamada a existir llamado Estados Unidos.

Frente a eso, tanto el caso español, especialmente en ciertas tendencias historiográficas, como desde luego en los países hispánicos padecen de una suerte de “Fracasología” generalizada, como si en aquella coyuntura de 1808 a 1825 en la que serían 22 repúblicas independientes, la ominosa sombra de los caudillos fuera lo único que merece la pena recordar y como si ese fracaso histórico hubiera castigado a todos por igual. Como si a desvertebración social, quién sabe si de orden genético, hubiera sido aquello de lo que tenemos obligación, generación tras generación, hubiera sido lo único que tenemos obligación de recordar y estudiar. Podemos preguntarnos sin embargo, si de verdad nos interesa la Historia, si las cosas en verdad fueron así, y si fueron así, porqué y porque no de otro modo. O porque, parafraseando a John Elliot,La Historia tiene la obligación de iluminar opciones de libertad y ayudarnos a pensar el pasado para pensar el presente y el futuro de forma distinta”. Podemos plantearnos, en fin, si la historia de fracaso que nos venden de manera permanente desde los laboratorios de la ficción y ciertos laboratorios políticos tiene que ver con una obsesión ensimismada de exotismo, si lo que algún analista de la sociedad americana llama la “pornomiseria”, el rasgo de mostrar sólo aquello horrible, fétido o lamentable y tenemos que vivir con ello. O si aquello que una gran analista venezolana llama el “Pobrecitismo iberoamericano” es también un pecado del que no nos vamos a poder librar jamás.

En ese sentido, la evocación de la imagen de la paraguaya derrotada y superviviente tras la Guerra de la Triple Alianza resume muy bien sobre como el historicismo puede constituirse sobre el presente en una manera de inmovilización, una suerte de evocación permanente que bloquea las capacidades de decisión y las capacidades de actuación. Es sabido que Paraguay, tras la Guerra de la Triple Alianza perdió casi por completo su población masculina. En ese sentido el cuadro evoca de forma perfecta la terrible tragedia que supuso aquel conflicto. Pero seguramente también hay otras cosas que ver en dicho cuadro aparte de esa imagen, aparte de la supervivencia decidida de una paraguaya que tiene la obligación de vivir un día después de ese cuadro congelado en el tiempo.

Y es que, como ha señalado el gran historiado mexicano José Antonio Aguilar, hay un momento constitucional atlántico a finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, y aunque sus protagonistas más destacado, y la imagen cultural contribuye también a esa percepción, fueron los angloamericanos y los franceses, ninguna región aparte de la América Española provee de más casos de experimentación, por su magnitud y alcance del experimento hispanoamericano constitucional durante las primeras tres décadas del siglo XIX no tiene precedentes en la historia. Nunca antes se había intentado establecer en tantos lugares el modelo constitucional de manera simultánea. Esta imagen de la actual Plaza Bolívar de Bogotá nos evoca el momento del nacimiento de una mitología republicana y del nacimiento también de una nación independiente. Y ese experimento constitucional, y es lo que nos importa debe efectuarse bajo principios de legitimidad radicalmente distintos a los principios legales de la Monarquía Española del Antiguo Régimen, por bien que esos principios hubieran funcionado y hubieran dado lugar a una Pax Hispánica. como es visible en la historiografía. El problema tiene que ver también, y es una reflexión que tendremos que hacernos a lo largo de los años venideros, sobre la falta de modelos teóricos que se pudieran evocar. Nadie espera esos años de 1808-1810, que se produjera s esa implosión imperial, esa ruptura desde el centro hacia la periferia. Y aunque haya dificultad en aceptar ese hecho, lo que caracteriza ese periodo de 1808-18010 es la básica lealtad de los españoles americanos hacia ese edificio atlántico de la Monarquía Española. Esa falta de antecedentes históricos suscita entonces una enorme gama de experimentos constitucionales, y nos lleva a la complejidad añadida de una sociedad estamental, como señaló Richard Morse. Sobre esta serie de cuestiones de digamos obviedad histórica, se añade, como ha mencionado Aguilar, la alargada sombra de los caudillos, la idea del atraso económico, la cultura política autoritaria y la desigualdad social, el arcaísmo genético de los países iberoamericanos, que dará lugar,. Según la interpretación de la Fracasología, a una evolución histórica cortada, sesgada, alejada siempre de los modelos de la “Modernidad Occidental”.

Sin embargo volvemos a la vieja cuestión de que la Historia sirve para hacer complejos los problemas y para buscar explicaciones más transparentes. Porque lo cierto y lo obvio es que el 22 de enero de 1809 la Junta Gubernativa Central del Reino, establecida en nombre del rey ausente y cautivo Fernando VII para afrontar la invasión napoleónica de la Península, convocó a los americanos a elegir representantes, proceso que tuvo lugar durante los años siguientes. Hubo elecciones en 1809 en la América Española, para elegir diputados a Cortes, y de nuevo en 1811-1812 para la elección de las Cortes de Cádiz. Hubo también procesos electorales para Ayuntamientos, para Diputaciones y otra serie de procesos electorales más o menos novedosos.

LOS PROCESOS ELECTORALES DE 1809-1814 EN LA AMÉRICA ESPAÑOLA

Entre 1809 y 1814, ha habido importantes historiadores, como por ejemplo Francisco Xavier Guerra, que afirma que los procesos de independencia tienen que ver ante todo y sobre todo con esos procesos electorales. Y por encima de todo con la existencia de esos procesos electorales, que suscitaron el sentido de la representación, de las elecciones y del propio sentido de lo que nosotros llamamos democracia. Hay una idea de contar con el beneplácito de unas formas de soberanía independiente, debates sobre la representación y la soberanía, en un tiempo en el que el propio Eduardo Posada Carbó ha calificado como de elecciones antes que de democracia, y en cualquier caso quizás también de Estado antes de de Nación. De tal forma que la historia entera del siglo XIX iberoamericano será la historia de cómo aquellas elecciones alumbran proceso democráticos y de como aquellas élites políticas, las que se bien obligadas por la implosión imperial a diseñar estados y a organizarlos, y a gobernarlos, van alumbrando también el debate de quien es ciudadano y quien no, qué es al final del debate una Nación.

Por supuesto el debate es permanente, es un tiempo de bullir político absoluto. En su memoria sobre los principios políticos que guiaron la Administración del Perú en 1812-22, Bernardo Monteagudo, por poner un ejemplo, se quejaba “de quienes habían embriagado a los pueblos con la esperanza de una absoluta democracia”. Podría haber sido una autocrítica, porque él fue inicialmente partidario de lo que podríamos definir como un jacobinismo democrático. Él señala haber abrazado antes el fanatismo democrático. En 1823, tras pasar por el Perú, Bernardo Monteagudo señala, rememora, un balance negativo. “El furor democrático”, señala, “ha sido funesto para los pueblos de América”. El Perú carecía de condiciones para ser gobernado por principios democráticos. Por eso, uno de los propósitos de su administración fue el de restringir esas libertades democráticas, lo cual quiere decir de una forma más restringida quiénes forman parte de ese cuerpo de ciudadanos y quiénes toman parte en las elecciones.

Monteagudo no fue en absoluto el único en volverse en contra de la democracia. La tendencia dominante fue la de mantener cierta sospecha frente a ella, sobre todo porque la l palabra democracia rememora en estas fechas las terribles experiencias de la Revolución Francesa y El Terror. Esta actitud no era exclusivamente n española ni iberoamericana. En los EEUU; en 1804 el líder federalista George Cabot definía la democracia como “el gobierno de los peores”. La expresión, efectivamente, había caído en desuso y sólo volvió a ganar adeptos en la era del populista sureño Andrew Jackson, a partir de la década de 1820. Hay muchas definiciones ambivalentes alrededor de lo que es un demócrata, pero en ciertos círculos señalar a alguien como demócrata es ciertamente insultarlo. Es en la segunda década del siglo XX en Francia cuando la propia idea de la democracia empieza a ser evocada de una manera distinta. Y ya tiene que ver con otra serie de cuestiones, con la ampliación del cuerpo político y de la ampliación del cuerpo electoral. Aunque hay que decir que la palabra “demócrata” recupera esa aureola positiva a partir de las Revoluciones de 1830 y sobre todo de 1848. Sea como fuere, las ideas de democracia fueron manejadas y estuvieron todo el tiempo durante el siglo XIX en el continente americano, Nada menos que el argentino Domingo Faustino Sarmiento evoca la Revolución de 1810 en Buenos Aires y señala que “por su culpa, el dogma de la democracia ha penetrado en las capas inferiores de la sociedad”. De nuevo esa idea peyorativa acerca de la gestión democrática. Esta imagen de D. José Olaya, prócer de la independencia del Perú, evidentemente mestizo, sin duda permite evocar los debates de las élites sobre cuáles son los límites de la ciudadanía y la democracia y cuál es la nación política, en sociedades que son fundamentalmente multiétnicas, un “continente de color”, como Alejandro Humboldt definió a la América Española a principios del siglo XIX.

Como ha señalado anteriormente Lucena, existe una losa de desprecio ante todos esos experimentos democráticos, que alumbraron 22 repúblicas libres e independientes, dentro del ciclo de expansión de las libertades modernas y democráticas en el mundo atlántico. Hay hechos muy concretos que fundamentan esta idea de desprecio. Hay que acudir aquí a un famoso personaje, Alexis de Tocqueville, y su libro Democracia en América para evocar ese momento de asimetría en la percepción de la evolución democrática en América del Norte y América del Sur. Tocqueville celebró los logros democráticos de los países del norte y los contrastó con los países del sur, según el autor permanentemente fracasados, Siguiendo a Tocqueville, las diferencias no podrían estar en las condiciones físicas, señala el “¿En qué partes del globo hay más riquezas que en Sudamérica?”. Sin embargo, Sudamérica, señala Tocqueville, ha sido incapaz de mantener instituciones democráticas. No hay naciones en la superficie de la tierra más miserables que aquellas de Sudamérica. La noción d ela existencia de una democracia casi perfecta en América del Norte estaba en la percepción de muchos hispanoamericanos antes de la Emancipación. En la década de los 90 del siglo XVIII, tras una estancia en Carolina del Sur, el venezolano Francisco de Miranda anotó en su libro de viaje que “El gobierno de ese estado es puramente democrático, como lo son todos los gobiernos de los EEUU”.

Hay que decir de todas maneras que esta comparación no es completamente justa. Los EEUU que visita Tocqueville en las décadas de 1830-1840 es ya el EEUU de la Revolución Industrial y de la explosión de la emigración europea hacia la frontera que llamaremos del Oeste. Los EEUU recién independizados que visita Miranda en 1783 es en cambio una república patricia, de plantadores, hacendados y comerciantes, que en ese sentido podía transmitir de una manera mucho más obvia de una igualdad, de una nación en la que nadie es demasiado rico ni demasiado pobre.

Esta evocación comparativa y despectiva hacia el sur por supuesto permanecerá hasta nuestros días. A mediados del siglo XIX, Juan Bautista Alberdi, a quien se ha evocado con anterioridad, advierte que la democracia ofrecía en América dos fases muy diversas “En el norte, es un ejemplo, en el sur, es un desconsuelo. Allá, es una argumento en pro, acá, es un argumento en contra”. Alberdi señalaba sin embargo que también la democracia es un hecho de Suramerica, aunque distinguía que si bien en EEUU estaba madura y sazonada, en Sudamérica estaba apenas sazonándose. Este hecho, sin embargo, era mal comprendido; había que estudiar la democracia en Suramérica, decía Alberdi, porque es una grandísima necesidad del momento presente. Por supuesto estas apreciaciones están en relación con algo en que se volverá más tarde, que es el proceso de creación de un exotismo enorme, alrededor de no sólo España, convertida en La Meca romántica alrededor de 1820, sino como alrededor de esas imágenes de Leyenda Negra, atraso y fracaso, el mundo sudamericano es evocado a partir de los mismos clichés. La visión de una naturaleza virgen apenas modificada por la acción humana, es un elemento del exotismo, y también del Orientalismo, si recordamos al gran Edward Said. Pero estas palmeras del sur de América del gran Johan Rugendas, seguramente permiten evocar como esta tendencia a la creación de imágenes exóticas, impolíticas y arcaizantes están ya muy sólidamente arraigadas en el mundo occidental en torno a 1850.

NO SÓLO CAUDILLOS

Por supuesto no vamos a negar aquí que hubiera un elemento de caudillismo, que sustentaba, impulsaba y mejoraba las imágenes exóticas. Hay un protagonismo de los caudillos que es ubicuo y omnipresente. En demasiados casos los caudillos comenzaron a ser símbolos de la personalización, de la militarización y antítesis del constitucionalismo democrático. Detrás de los caudillos se esbozan concepciones alternativas de la democracia misma tal y como la democracia liberal había sido fundada a partir de 1810-12 y las Cortes de Cádiz. Su mejor concepción y elaboración, como se sabe, es la del sociólogo venezolano Laureano Valle Villarán, que en su libro Cesarismo democrático, de la década de 1820, habla del “predominio individual que tiene su origen y fundamento en la voluntad colectiva. El hombre providencial, que tiene que ser llamado a llevar las riendas del poder”.

Como acabo de señalar, el tipo de democracia que tiene que ver con esta campaña del desierto, con la imagen de un caudillo, del presidente Roca abriendo las fronteras, triunfante, de la Argentina de la segunda mitad del siglo XIX. Estas imágenes del cesarismo democrático están en una tradición política diferente a la de la democracia liberal en la cual se fundan las repúblicas iberoamericanas, como se mencionó al principio, los proceso electorales a partir de 1809-10 son una constante. Es verdad que la tendencia predominante en los historiadores ha sido la de subrayar las prácticas corruptas marcadas por el fraude, la coerción y el clientelismo, podríamos decir, cómo si estas prácticas fueran exclusivas, en los que nos toca a nosotros, como si solamente en España hubiera habido el clientelismo político.

Los aportes historiográficos recientes han comenzado a modificar estas percepciones simplistas y anacrónicas, aunque hay una lenta entrada de este revisionismo y una cierta resistencia a aceptar los hechos que las nuevas investigaciones y fuentes nos han mostrado. En ese sentido, si nos vamos a lo que los archivos y las bibliotecas nos muestran, vemos que el 18 de octubre de 1809, Joaquín de Molina, quien inspeccionaba las Américas encargado por la Junta Central informa desde Lima al gobierno de Cádiz que “En varias partes se advierte una especie de combustión, que pudiera hacer temer un incendio universal”. La chispa no viene desde luego provocada por los acontecimientos que están ocurriendo en América, sino por la implosión imperial, por el vacío de autoridad que había en la metrópoli y por las noticias de la invasión napoleónica de España y sus Reinos. En cualquier caso, el Decreto de elecciones en las Américas para representantes en la Junta Central iba a encender desde luego esa hoguera de la inestabilidad política tal y como Molina la había expresado. Recientemente el historiador Roberto Breña ha recordado que la trascendencia de este Decreto de Elecciones para representantes de la Junta Central en 1809 es enorme. Reconoció, por ejemplo, que los dominios de España en las Indias no eran propiamente colonias, sino parte propiamente de la Monarquía Española Esta imagen de México con bandera española, unos años posteriores, nos permite entender como esas repúblicas urbanas, esas redes de ciudades, son el verdadero tejido político de esa Monarquía Atlántica Española. Y es allí en esas ciudades en donde se invita a elegir representantes, donde se busca tener representación nacional inmediata, donde se envían 9 diputados americanos a la Junta Central. Esta invitación a elegir representantes dispone sin embargo un número significativamente menor para América que para la Península (9 diputados americanos contra 39 peninsulares), suscita inmediatamente el debate sobre la igualdad entre criollos y peninsulares, como expresó en su Memorial de Agravios el neogranadino Camilo Torres. Había que ajustar el número asignado de diputados americanos con los peninsulares, y también Juntas Provinciales, como las que se habían elegido en España.

Vistas sin duda desde nuestro punto de vista de lo que es un sistema democrático, las elecciones de 1810 son singulares. La elección correspondió a los ayuntamientos, cuyos miembros seleccionaban tres individuos de notoria probidad, talento e instrucción, exentos de toda nota, que pudiera menoscabarlos ante la opinión pública. Estas ternas se sometían luego a un sorteo para elegir el representante del ayuntamiento. Y luego la Audiencia seleccionaba una terna final entre los individuos seleccionados por los ayuntamientos. Todas aquellas personas fueron elegidas para formar parte de la “representación nacional española”, y esto nos coloca desde luego en el sendero de la Constitución de Cádiz, y cómo la constitución de la Nación Española, la que según los primeros artículos de la Constitución de Cádiz, estaba formada por ”españoles de ambos hemisferios”, es decir, españoles peninsulares y españoles americanos está en la línea de filosofía política y reflexión política del proceso comenzado en 1809.

Sabemos, las investigaciones lo han demostrado claramente, que hay elecciones hasta en 100 ciudades de la América Española; 14 en Nueva España, 14 en Guatemala, 2º en Nueva Granada, 17 en Perú, 16 en Chile, 12 el Río de la Plata… En absoluto un fenómeno marginal. Sabemos por ejemplo que en Guatemala entre abril y marzo se realizaron las elecciones, o las fechas en Chile (septiembre), aunque allí la reacción contra la digamos “mala representación” de los españoles americanos ha deslegitimado el proceso de elección.

Hubo también conflictos políticos en el sentido moderno del término, en el sentido que un proceso democrático da lugar a partidos y movimientos opuestos que deben decidir sus diferencias mediante buna cantidad de votos. En Morelia, México, o en Córdoba, Argentina, hubo auténticos escándalos públicos, con pasquines, anónimos, acusaciones, algún golpe…oposiciones entre partidos europeos y americanos. Esta imagen e la procesión de Iturbide viene a ser el resultado final de ese proceso de ruptura. Desde luego los procesos privados.- y esto lo ha demostrado también la nueva historiografía, no fueron procesos privados, procesos de las élites. En Nueva España, por ejemplo, el virrey Garibay dio publicidad a la convocatoria, fue publicada en la Gaceta de Guatemala o de México, hubo celebraciones públicas, debates públicos, novedades extraordinarias que jalearon el cuerpo político de toda la América Española. François Javier Guerra señaló “El mismo pueblo también participó como espectador necesario del teatro del poder, manifestando con su presencia y en ocasiones con su aprobación o su desaprobación de las acciones de las élites” Ese proceso de 1809 llevó entonces a los espíritus a una representación cada vez más amplia a irreversible, aunque hubo algunas Audiencias que permanecieron al margen. Y si vamos a la Constitución de 1812 y a las Cortes de Cádiz vemos que ese proceso se aumenta y multiplica. Y en este sentido Lucena quisiera señalar, en sentido comparativo y desde el punto de vista de una conmemoración bicentenaria, como el elemento multiétnico, presente siempre en la América Española delimita y gana espacios a la hora de delimitar como va a funcionar el sistema político. Y vamos a decir también como da soluciones en el marco de una democracia multiétnica, con blancos, mestizos, mulatos, zambos e incluso esclavos, puede funcionar a partir de 1810-12. En Cartagena de Indias, en 1810, se extiende el derecho al voto a los vecinos libres con unas mínimas condiciones; blancos, mestizos, mulatos, zambos y negros. Todos por igual, todos tiene derecho al voto. Las visiones globales no dan idea de esa apertura étnica, pero casos como el de Cartagena no fueron aislados ni n mucho menos.

La proclamación de la Constitución de Cádiz de 1812, la amplia difusión que recibe, por supuesto supone de algún modo la existencia de esa filiación pública y política de unos procesos democráticos, que sustentan a partir de la Guerra de la Independencia, de una manera muy marcada en la vida americana. Vamos a evocar aquí cuando en el Mediodía peruano se proclama la Constitución de Cádiz se señala lo siguiente: “El 21 de septiembre yo reposaba en un profundo y tranquilo sueño. Pero entonces, en los primeros albores de la mañana, una dulce y hermosa voz sonora me dijo Levántate mortal, y contempla como la naturaleza rodeada de laureles y victorias, que ha llegado la Constitución”. La idea de que la Constitución política forma parte de una nueva comunidad política de la res pública, está entonces perfectamente definida a partir de 1812. Y llama a la participación civil y política a “individuos que antes no tenían el título de español”. Antes ese título sólos e da a peninsulares y a blancos. Ahora también a indios, a mestizos, a mulatos, a libertos… Siguen excluidos los esclavos y quienes no profesen la religión católica, aunque esa cuestión del origen africano había sido objeto de muy intensos debates en la Cortes.

Y más de lo que pudiéramos pensar, el ser de origen africano, esto es esclavo, e ir obteniendo carta de ciudadanía va a ir siendo cada vez más común. Se piden requisitos comunes a los exigidos a muchos países en el mundo; ser varón, estar avecindado en dominios españoles y tener más de 25 años, aunque por supuesto hay una gran cantidad de excepciones. En 1812, en la ciudad de México, votan indiscriminadamente blancos, mestizos, mulatos, zambos, libertos, esclavos, sirvientes domésticos, toda clase de gentes, se señala. En Guayaquil los originarios del África votan, y algunos de ellos son elegidos durante ese periodo. En el sur del Ecuador en Cuenca y Loja votan los indios, que constituyen la mayoría de la población. Son elegidos, y participan en el proceso electoral vigilándolo como escrutadores, según se dice en la documentación de la época. Hay autoridades como las guatemaltecas, que favorecen la participación de las castas y la inclusión en la vida política de esos grupos,. Hay, por supuesto, fenómenos extravagantes, ya pasados los procesos de independencia, como es el caso del Cantón de Vélez, en la actual Colombia, en 1853, donde las mujeres tuvieron derecho al voto durante cinco años, lo que dio lugar a un enorme debate. El voto a las mujeres luego se quitó, pero constituye un interesante punto en la ampliación del debate en la comunidad política.

Todo esto que hemos referido en un continente “de color”, se ha preservado dentro de una idea de democracia y republicanismo ampliado. La plaza de Comayagua, en Honduras, conserva todavía en su plaza un monumento a la Constitución de 1812 de Cádiz tal y como fue ratificada en ese momento, en un medallón arrancado que conmemoraba la celebración política de los españoles de ambos hemisferios. Volvamos aprovechando ese imagen al título de la conferencia, de como el legado democrático y republicano fue preservado o no fue preservado y de qué manera el caudillismo fue ese pecado original que esa historiografía ha ponderado,. Y en ese sentido volvemos a lo que las recientes investigaciones nos han venido mostrando con reiteración, como, a pesar de las prácticas caudillistas y el poder de los caudillos en algunos países, estos tuvieron que “arreglárselas” para ser elegidos en unos casos. Evidentemente el paso por procesos electorales no está verificando la existencia de una democracia, pero si nos está señalando que dentro de la estructura de la comunidad política el proceso electoral y la idea de elecciones está tan absolutamente asumida, que ni siquiera el poder absoluto puede permitirse vivir al margen de ese poder electoral. Hay entonces una idea sobre el poder y el formalismo democrático que a largo plazo va a ser uno de los procesos fundamentales por los que el caudillismo va a ir erosionándose y finalmente va a ir desapareciendo d en el siglo XIX de la historia hispanoamericana. El caso más obvio va a ser el de la Revolución Mexicana. Después de más de 30 años en el poder, Porfirio Díaz, que ha permanecido en el poder directamente o por personas impuestas, va a perder en 1910 su poder omnímodo, bajo el lema “sufragio electivo, no reelección”.

Es también obvio que después de 1830, al extensión de elecciones, del principio de legalidad, dan lugar a situaciones tan excepcionales como las ya señaladas del voto femenino en el cantón de Vélez. 2-3 años después de que las mujeres de Vélez se vieran privadas del voto, se declara en los EEUU la Guerra Civil por el motivo de la esclavitud, entre otros, que para entonces ya había sido abolida en buena parte de los estados hispanoamericanos y que se había sustanciado en un debate a partir de 1820 de lo que podríamos decir inclusión de la etnicidad dentro del proceso político. En ese sentido las comparaciones hay que hacerlas en un juego político en el cual veamos que es aquello distinto, aquello que es una ventaja y también aquello que es una desventaja. La comparación debe servir para verificar, no solamente para iluminar principios pre-existentes.

Y eso permite a Lucena pasar al punto siguiente, a que en algunos casos no se pueden etiquetar como fenómenos de caudillismo de ninguna manera, en los sucesos políticos de la Hispanoamérica del siglo XIX. Vamos a ver algunos estudios de caso, qué dicen los politólogos.

ALGUNOS ESTUDIOS DE CASO

El caso de Chile, por ejemplo, uno de los más originales y de los que menos veces se acude a ellos cuando se extienden aquellas grandes generalizaciones sobre el mundo iberoamericano, antes, como hoy. El caso de Chile es un caso de optimismo fundacional y de orden, simbolizado en el ferrocarril dedicado a la puesta en marcha de los recursos mineros (cobre, plata, guano), que resume bien la locomotora hacia el futuro en un P país que en 1850-70 era considerado unánimemente como la Suiza universal. Los fundamentos, según cuentan los historiadores del siglo XIX y de la independencia, son el respeto absoluto a la autoridad, la protección de la actividad económica, la vocación de una sociedad organizada que integra gentes y territorios y que proyecta la fuerza de la ley hasta los más remotos rincones del país. Hay por supuesto hombres que cambian cosas, influjos de las personas en la historia, que explican en buena parte ese desarrollo ordenado del Chile post-independentista; es el del comerciante Diego Portales, un hombre culto y enriquecido gracias a sus negocios y a los estancos estatales, que conocía muy bien los elementos de la vida política chilena, especialmente de los conservadores, que valora y sabe moverse dentro de las relaciones jerarquizadas. Quizás en el caso de Portales hay que valora un elemento como es el de la relación de las autoridades Chile pre-independiente, que son gradualistas. Portales respeta la figura de los Intendentes, no quiere hacer tabla rasa de la organización política, económica y social previa. Una idea no revolucionaria desde cero, como en Francia, sino más “inglesa” del poder, más gradualista, que permite que la maquinaria del estado funciones de una manera mucho mejor. Aunque por supuesto la idea de orden es implantada con absoluto rigor si es necesario. En el campo chileno de 1830-40, en flagrante contradicción con lo que ocurría en el Río de la Plata, con los gauchos deambulando por la Pampa, existen unas comisiones ambulantes de justicia, que son cuerpo de justicia y vigilancia operativo, que directamente fusilan a los sospechosos de atentar contra la propiedad o la integridad de las personas. Hay otro elemento en el caso de Chile interesante, que es el de la Constitución. La Constitución chilena de 1833 dura hasta 1925 sin alteraciones sustanciales, lo cual habla de la adaptación a través del gradualismo social y político a las necesidades de desarrollo de la nación chilena.

Otro caso es el de su vecino Perú. Perú representa, de algún modo, frente a ese modelo chileno optimista de desarrollo y orden, el modelo de la búsqueda de la búsqueda de la viabilidad en una sociedad muy distinta. En 1825, del millón y medio de habitantes de Perú, 2/3 son indios serranos. Hay en un primer término un intento de organización en imágenes como las que nos evoca Bolívar en el centro, una mezcla e de elementos “barrocos”, indígenas y del nuevo republicanismo, por supuesto con elementos también masónicos. Pero ese juego de próceres de la patria que no se ponen de acuerdo, de Padres Fundadores que no saben retirarse, en contraposición por ejemplo con Washington, es muy importante. En cualquier caso, el modelo sobre el que Perú se pone en marcha después de esta media docena de presidentes en muy poco tiempo, tiene que ver con la construcción de un estado patrimonial, tras la que sale triunfando un caudillo prototípico, el presidente Castilla, (1845-51, 1855-61). Castilla no es un aristócrata, no proviene de una familia acomodada. Es un mestizo que viene de una comunidad de mineros, que no tiene fortuna personal ni virtudes de ideólogo, que logra su ascenso en la política mediante la carrera militar, que dista de ser un hombre ilustrado, pero que se rodea de “hombres ilustrados” a los que premia con nombramientos, viajes, honores, pensiones… Castilla representa bien ese orden de tipo caudillista, que representa un estado de orden patrimonial, que puede dar lugar a medio plazo a otro tipo de estado o una forma más sofisticada de democracia. El Perú de mediados del siglo XIX es muy importante, porque es donde además se desarrolla la llamada Comisión Científica del Pacífico, la más importante expedición científica del siglo XIX, impulsada por la Corona Española, con un espíritu de inmersión en el mundo americano como frontera, de esa fe y esperanza en el conocimiento y en la ciencia que también existía en España. Esa Comisión tuvo en la Amazonía su lugar fundamental de trabajo. También significa la apertura de las fronteras de esos países, una apertura política, económica y cultural que directamente está abriendo la naturaleza a las nuevas ideas del hombre capaz de dominarla por completo. Comisión Científica paralela a una expedición militar y a una guerra muy desventurada por parte de España. Así, las interacciones con el mundo atlántico, más allá de la independencia, seguían existiendo.

Otro caso absolutamente fundamental es el de México. México estrena su independencia en 1821 con dos características muy peculiares:

la primera que ha sido una auténtica metrópoli del Imperio Español en América. Cuando uno piensa en el México de 1807, que tenía una fábrica de tabaco en la que trabajaban 7.000 personas y que tenía una espléndida trama urbana y una gran riqueza, estamos hablando de lo que denominamos en nuestro tiempo una ciudad global.

El otro elemento es cómo se realiza la independencia de México, como un híbrido que nace de circunstancias muy diversas, en muchos intereses y fragmentada en muchas lealtades. Esto nos lleva a un problema muy importante, que es como la fragmentación de las élites conforman un panorama muy importante para entender como los procesos de construcción política después de la guerra y de las estructuras de estado y de nación son más fáciles o son más difíciles. El Plan de Iguala de 1821 desde luego definía que México pretendía ser una nación católica y unida, en la que españoles y mexicanos serían iguales, las distinciones de castas serían abolidas y los cargos estarían al alcance de todos los ciudadanos. Todos los habitantes de Nueva España, sin distinciones, africanos, europeos e indios son ciudadanos de esta Monarquía con opción a empleo según su mérito y virtudes.

Por supuesto hay un intenso debate sobre la forma política de ese México que se ha independizado de la España del Trienio Liberal se debe organizar. El propio Agustín de Iturbide piensa en algún momento en traer un príncipe de la dinastía borbónica española para presidir esa Monarquía muy rápidamente trocada en Imperio. Iturbide preside a partir de 1821-22 una coalición de monárquicos moderados y republicanos, que está muy fragmentado en todo aquello que no sea lo que les une, la idea de la independencia de España. Por eso la oposición de federalistas, liberales y provincialistas que defienden un entorno político completamente distinto supone e impulsa el terrible desorden de las décadas posteriores a 1820 en México.

Son los tiempos en los cuales ese México que era el centro del mundo según Humboldt en 1803, está ya colocándose en la periferia. La imagen de un volcán nos evoca el momento del romanticismo en el que aparece la naturaleza pero no aparecen las personas. Se pierde entonces esa posibilidad de evocar un mundo civil y ordenado. La inflación de imágenes de la naturaleza evoca un arcaísmo original, por cierto, no muy diferente de lo que estaba sucediendo en el modelo de descripción de la España en los años de 1820, 18300, 1840. Es el tiempo de los nacionalistas, de los acuarelistas, de los viajeros, con eses programas de descripciones, de cuadernos de viaje, siempre con la idea de ofrecer a sus públicos consumidores ese mundo lleno de pasiones, sensaciones y arcaísmos políticos. Esas visiones de los esclavos por parte de los naturalistas permite evocar esos escenarios de modernidad fabril y de tensión de México a inicios del siglo XIX se ha convertido en algo completamente diferente.

De todos modos, en el horizonte de 1850, 1860, una vez el liberalismo mexicanos se ha asentado, primero en el modelo gaditano, y luego en un modelo americano homologable al modelo del liberalismo británico. El el México del desarrollo económico, del Porfiriato. Y todos tenemos a la Revolución Mexicana como la imagen final de este periodo de gran crecimiento económico y estabilidad. La imagen del ferrocarril atravesando un paisaje n en el que antes sólo había palmeras que pinta el naturalista habla de la autoconfianza del México de 1880-1890.

CONCLUSIONES

Es también este inicio del siglo XX en donde se ha abocado el carácter exótico y la imposibilidad de la Modernidad y de la democracia tal y como ha sido entendido. Y por supuesto son las imágenes del siglo XIX las que vamos a heredar en buena parte y que quisiera Lucena poner un poco en cuestión a la hora de plantearnos como mirar el panorama de Iberoamérica tras la independencia. Por eso plantea unas conclusiones a modo de preguntas en voz alta.

- La primera tiene que ver sobre cómo en 1860 los horizontes de la viabilidad de la regeneración y de la estabilidad son generales. Nos tenemos que ir entonces a ese mundo del Porfiriato y a esos científicos positivistas y el avance hacia el Progreso como el que define la atmósfera de la mayoría de las repúblicas hispanoamericanas.

- En ese sentido también quiere apuntar que hay un muy discutible excepcionalismo, cuando tenemos también que hacer comparaciones justas. Si queremos estar continuamente comparando lo que ocurre en América del Norte y América del sur tenemos también que estar evocando procesos muy complejos y no ir al fácil expediente del excepcionalismo.

- Otra cuestión también definida por la historiografía más avanzada y seria tiene que ver por cómo a pesar de todas las dificultades, el siglo XIX es un siglo de crecimiento económico y material en los países hispanoamericanos. Problemas relacionados con la Iglesia, la forma del territorio o las formas de estado se van resolviendo de una manera más que razonable.

Es posible sin embargo que aquella América nacida como Extremo Occidente en el siglo XVI conserve en torno a 1900 esa idea de Utopía en la que todo es posible, todo puede ocurrir, como aquella más fundamental dentro e la existencia de las ideas de democracia y de cómo se puede organizar v una comunidad política.

Lucena termina con la imagen de Fitzcarraldo, la gran película de Werner Herzog (1982) en una escena que tiene que ver en como ese optimismo, sea fe en el Progreso sobre la Naturaleza, que hoy nos parece escandalosa, con esas fotografías de desmontes brutales, resumen el espíritu de esa América del siglo XIX. Fitzcarraldo y sus grandes barcos caucheros desaparecen detrás de los grandes árboles de la selva amazónica, y nos muestran que al otro lado de la Utopía, lo sabemos muy bien, a veces lo que hay es un estado de locura, un sentimiento de Utopía muy bien representada en el caso de la película de Werner Herzog. Un sentimiento de Utopía, q e para finalizar, tiene que ver también con esa relación con España con España durante el siglo XIX, en el cual se produce un lento restablecimiento de relaciones diplomáticas, aunque pro supuesto los vínculos culturales nunca desaparecieron, pues como señaló el gran historiador Guillermo Céspedes del Castillo “hemos estado siempre más cerca como pueblos que como estados”. Y no está mal en ese sentido para finalizar recordar también que entre 1880 y 1920 cruzaron el Atlántico para hacer las Américas unos 2 millones de españoles, que se fueron allí a vivir su propia utopía, como Fitzcarraldo, en busca de un futuro mejor. Fueron ellos, y sus hijos, y los hijos de sus hijos, quienes al fin sellaron los horizontes de la ruptura política entre España y las Américas que se habían abierto en 1808.
Última edición por Eme el 05 Abr 2012, 13:00, editado 2 veces en total.
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Yaiza
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Re: No sólo caudillos. Iberoamérica después de la Independen

Mensaje por Yaiza »

Muy buena idea exponer este tema, que nos viene también para ir adentrándonos en todo este proceso tan complejo y que siempre nos aparece en los libros de forma tan reducida, la verdad es que en la historia de América vivimos de muchos mitos heredados, más que en otras facetas de la historia me parece a mí, tal vez porque se ha profundizado menos o por los dichos prejuicios de unos y otros...no sé?? Lo dicho :smt023 , muchas gracias y a guardar..
Por encima de la torpeza y cobardía generales, aparece un ideal agrupador de regiones antagónicas y de clases en pugna, un ideal que extrae su fuerza del mutuo instinto de conservación y es el intelectual - no el poeta de ojos tristes
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marducki
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Re: No sólo caudillos. Iberoamérica después de la Independen

Mensaje por marducki »

gracias :smt023
Elemental querido Watson...
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