Dos elementos más se encuentran en la habitación. Sobre la mesa oval, un florero de grandes dimensiones. Tiene forma de sopera, con grandes asas torneadas de finísima cerámica blanca y pequeños racimos de flores moldeados en la base y en el borde de la pieza. Fue un regalo del cónsul de Portugal a los Reyes con ocasión de una fiesta de cumpleaños, y, en principio, no fue recibida con mucho entusiasmo, por su sabor barroquizante y sus excesos decorativos, pero finalmente le encontraron acomodo en esta habitación, donde luce perfectamente en medio del espacio. Siempre tiene flores naturales, según la época del año, sobre todo claveles, nardos, gladiolos y dalias. Hoy, una docena de preciosas rosas rojas emergen de una frondosa base de mimosas, contrastando con sus flores amarillas.
El otro elemento que aquí habita es un teléfono de tipo góndola de los años setenta de un color verde agua imposible que se encuentra adosado a la pared en la que se abre la puerta del dormitorio. Lo adquirieron los Reyes en un mercado dominical de la periferia de Praga hace ya diez años. Estaba en muy mal estado, pero aún así su irresistible encanto “vintage” les obligó a llevárselo a palacio. A pesar de su brillante y pulida superficie, los muelles de las pestañas en las que se cuelga el teléfono estaban vencidos, sin fuerza, y la zona del auricular así como la rueda perforada de marcar almacenaban mucha suciedad. Al volver a palacio, su amigo Juan de Grandes, anticuario y restaurador, lo dejó como nuevo, aunque para él eran piezas demasiado modernas, acostumbrado a intervenir en grandes carillones del siglo XVIII e incluso muebles mucho más antiguos. Pero restauró el teléfono por la gran estima que les tenía, especialmente a Artajerjes, que le ayudó mucho durante la enfermedad y muerte de la madre del anticuario, hacía más de quince años.
Son las siete y media de la mañana y el amanecer imprime en el espacio una luz difusa y tenue, como si estuviera al vacío, casi inerte. Dos minutos más tarde suena el teléfono y esa sensación se derrumba como consecuencia del ruido, algo estridente y ensordecedor en las reverberaciones de la perfecta geometría del gabinete. Se oyen pasos en el dormitorio anexo, se abre la puerta y Telepinu llega trastabillando, agarrándose al quicio de la puerta y jurando en arameo por lo inoportuno de la llamada. Descuelga el teléfono.
- ¿Sí? Dígame...
- ¡Hola Majestad! ¿Qué pasa?
- ¿Quién eres? - el Rey intenta mantener las formas ante una situación que aún no es capaz de controlar.
- ¿No me conoce? Uyyyyy... - la voz le resulta tan familiar que su mente la analiza y, en décimas de segundo, reduce las posibilidades. Es del NDS, indudable, y es una voz femenina. Descarta, de entrada, a Pinín y Stone (otros acentos), a Sibila y Fantine (¿a esas horas un domingo? Imposible) e incluso no le cuadra mucho que sea la Loca, pues aún no ha soltado una carcajada atronadora y ya han pasado quince segundos.
- Pues, francamente... no - concluyó Telepinu.
- ¡Soy Claudiaaaaaaa!
Son las siete y treinta y cinco minutos de una mañana de un domingo de septiembre. Telepinu está paralizado, su rodilla izquierda apoyada en el brazo de uno de los sillones del gabinete y la palma de la mano contraria abierta y buscando igualmente apoyo sobre la pared. Su piel se ha tornado cerúlea, casi opaca, parece pegada a los huesos. Sus ojos, como todo su cuerpo, inmóviles, petrificados, enfocados en ningún punto. Casi es imperceptible su respiración, como convertido en la estatua de Lot del gabinete chino.
- Pero... ¿qué broma es esta? De muy mal gusto, desde luego - el Rey pronuncia estas palabras moviendo solamente los labios mientras el resto de su cuerpo sigue sin inmutarse.
- No es ninguna broma, mi Rey. Soy yo y punto ¡Jajajaja!
- Pero, vamos a ver... eso no es posible... Claudia ya está... o sea, ya no está... entre nosotros.
- ¡Tururú! ¡Jajajaja! ¿Cómo que no estoy entre vosotros? Pues claro que estoy... pero... en otra dimensión... - Claudia parece muy segura de su propia identidad.
- ¿Otra dimensión? - el Rey cada vez está más estupefacto, aturdido.
- Sí, eso. Pero no me pida más explicaciones que tampoco se las sé dar. El caso es que estoy aquí, estupendamente. Todo el día para arriba y para abajo, jijí-jajá. Un lujaso - Claudia parece inmensamente feliz.
- Mujer, si es así... yo me alegro... de que estés bien, me refiero - la cabeza del Rey da vueltas y no es capaz de sostener las ideas de una forma lógica, coherente.
- Mi Rey ¿para cuando una kedada? ¡Jajajaja! - está claro que se lo pasa bien.
- Pues... bueno... sí... pensábamos hacerla ahora, tras la vuelta de las vacaciones y los exámenes de septiembre. Para recordarte y eso, para... - el Rey le da a estas palabras un dramatismo particular.
- ¿Para recordarme? Anda yaaaaaaa ¡Pero si yo también iré!
- Claudia, déjate de coñas que te estoy hablando en serio - sentencia gravemente Telepinu.
- Y yo también, joer... A ver, Majestad, me refiero a que estaré presente, en mi dimensión, ya sabe... - Claudia baja la voz buscando la complicidad de su interlocutor.
- Hija, no sé de qué dimensión me hablas, pero te aseguro que como aparezcas en la kedada, al día siguiente tendrás a dos o tres miembros de NDS acompañándote en “tu dimensión” - avisa el Rey.
- Mire, lo bueno de no tener cuerpo ni ná es que puedo estar en todos sitios cuando quiero. Eso sí, sin que me vean. Pero… yo si os veré, así que… ¡cuidadito con lo que habláis! ¡Jajajaja! Además, incorpórea como soy (se dice así ¿no?) ni me duele ná ni tengo que preocuparme por ná. Es ideal.
- Me hago cargo, Claudia - el Rey intenta comprenderla, con escaso éxito, mientras escucha un ¡clic! ¡clic! al otro lado de la línea - Por cierto, ¿eso que estoy escuchando es un mechero?
- Sí ¡Jajajajaja! - está encantada con su nueva dimensión- Otra de las ventajas de no tener body es que puedo tener todos los vicios que quiera, así que sigo fumando, ya sabe lo mucho que me gusta.
- Desde luego, nena, lo tuyo no tiene arreglo - Telepinu reprende sutilmente su actitud.
- Claaaaaro que no ¡Jajajaja!
- ¡Ay, Claudia! Realmente no sé si creerte. A ver cómo me presento yo a los del NDS con esta papeleta. Creerán que he perdido completamente el juicio. Intentarán incapacitarme, ingresarme, derrocarme... - el Rey entristece deliberadamente la expresión de su rostro.
- Pues no les diga nada, hombre.
- Qué fácil lo ves tú ¿crees que podré tragarme yo solito este sapo?
- ¿Cómo? Uy, Majestad, no lo entiendo muy bien - ahora es ella la que muestra confusión.
- Claudia - Telepinu recompone el gesto y coge fuerzas - necesito que me demuestres que esto que está pasando es verdad y que no se trata de una broma pesada. Manifiéstate de alguna manera, haz algo para que pueda ver la realidad de lo que está sucediendo.
- ¿Y qué quiere que haga? ¿Darle vueltas a su cabeza como la niña del exorcista? ¿Abrir y cerrar cajones? ¡Jajajaja! Venga ya, que ha visto muchas pelis de terror ¿eh?
- Mujer, podrías ser un poco más sutil ¿no? - Telepinu no quiere ser agresivo con un ente del que aún alberga serias dudas sobre su realidad e identidad.
- ¡Paparruchas! Su Majestad sabe que yo siempre digo la verdad. Yo… nunca le gastaría una broma de este tipo… - Claudia se pone seria por primera vez.
- Sí, es cierto. Tú siempre me has sido fiel, nunca te rebelaste contra mí, no como esas ingratas amiguitas tuyas, ya sabes a quienes me refiero - el Rey no quiere citar nombres para no embarullar la conversación.
- Bueno, Majestad. Le dejo. Me reclaman. Me voy con unas amigas a dar un paseo dominguero ¡Ciao!
- Dominguero y tempranero, - apostilló Telepinu- porque vaya horas de pasear un domingo por la mañana. Pero… Claudia, no te vayas tan pronto. Ahora se me ocurren muchas cosas que preguntarte.
- Pí-píííííí… Pí-píííííí… Pí-píííííí…
Son las siete y cuarenta y siete minutos. El amanecer está llenando poco a poco de luz el gabinete chino de palacio. Algunos rayos de sol se reflejan en el pavimento de mármol e inciden sobre las figuras de la tela adamascada que cubre las paredes, diluyéndolas en haces de luz dorados y plateados. El espacio se llena de luz, solidificándose, y Telepinu se siente en él como un pequeño insecto atrapado en una pieza de ámbar formada hace miles de años. Se gira sobre sí mismo y contempla, como si fuera la primera vez, la estancia, sus muebles, su decoración. Nada ha cambiado en ella desde hace años, parece que el tiempo se ha parado en un momento determinado del pasado, de un pasado remoto que es incapaz de determinar. Mira el teléfono y se pregunta si realmente funciona, si no habrá sido todo fruto de una mala pesadilla, de una irrealidad. Y mira el centro de flores sobre la mesa central de la estancia. De entre las mimosas surgen ahora doce espléndidas rosas azules. Frunce el ceño, pero, inmediatamente, cierra los ojos. Una lágrima desciende sobre la mejilla derecha del Rey. Unos segundos más tarde, una leve sonrisa se dibuja en su boca.